Comentario
A esas alturas Berlín disponía de más de 3 millones de hombres sobre las armas y quizás, rebañándolo todo, podría juntar diez mil blindados. Un ejército importante mandado por excelentes profesionales con seis años de victorias y derrotas a sus espaldas, magníficos conocedores de todos los resortes de la guerra. El enorme inconveniente, lo que les hacía vulnerables y caminar de derrota en derrota era su inmensa dispersión. En esos momentos había ejércitos alemanes combatiendo en Italia, Yugoslavia, Hungría, Austria, Curlandia, la línea Sigfrido, Prusia Oriental, Pomerania, aisladas guarniciones que aún se defendían en Francia y Bélgica; ejércitos de ocupación en Noruega y Dinamarca...
Guderian quería juntarlos todos en el Oder. Abandonar Yugoslavia, Hungría, Italia, Curlandia, los países nórdicos... Deseaba deponer las armas en el Oeste y avivar la lucha en el Este, aprovechando que Koniev, Zhukov y Rokossovsky habían alargado sus líneas de comunicaciones hasta 500 y más kilómetros, estaban desorganizados y cansados y, además, tenían en el territorio dominado media docena de plazas que resistían obstinadamente...
El plan de Guderian causó en Hitler un nuevo acceso de cólera, aunque admitiera que le gustaba el ataque que proponía el general sobre ambos lados de la cabeza de puente mantenida por Zhukov en el Oder. Pero para esa operación, se precisaban, según Guderian, un mínimo de 50 divisiones y Hitler sólo entregó el Grupo de Ejércitos Vístula (4), agrupación fundada a finales de enero con restos de lo salvado en Polonia y cuanto se pudo arrebatar de academias militares, tropas en período de instrucción, descanso o recuperación.
El mando del Grupo de Ejércitos Vístula fue entregado a Himmler, por orden de Hitler y tras otra feroz discusión con Guderian, que proponía al mariscal von Weichs, hombre de capacidad demostrada y que disponía de un curtido y completo Estado Mayor. Himmler, por el contrario, se rodeó de tipos de las SS, más capacitados para la represión que para dirigir operaciones, más fanáticos que valerosos y serenos.
Los temores de Guderian se hicieron rápidamente realidad. Himmler remoloneaba, retrasaba sus preparativos, poco dispuesto a jugarse el grueso de sus SS en una peligrosa batalla que le rebasaba. Hitler y Guderian le urgían y, finalmente, este último impuso al general Wenck como jefe del personal de Himmler para que dirigiera la lucha. Dos horas y media duró la discusión con Hitler, que esta vez terminó cediendo: "Señor general, el Estado Mayor ha ganado hoy una batalla".
Triunfo efímero. Tras una prometedora iniciación, las tropas alemanas se mostraron insuficientes para cumplir el ambicioso proyecto de quebrar al 1.er Grupo de Ejércitos que mandaba Zhukov. Al tercer día de lucha, para mayor desgracia, Wenck tuvo un accidente y fue hospitalizado. En ese momento la ofensiva se vino abajo y regresó al punto de partida del 24 de febrero.
Junto con este fracaso llegaban otras malas noticias. La pérdida de Budapest, el avance soviético en Checoslovaquia, la amenaza sobre las fronteras de Austria... Y, además, las embestidas en el Oeste, en la línea Sigfrido y en el Rhin, tal como se vio anteriormente.